domingo, 31 de enero de 2016

DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #49)

  
Las puertas del único cine de la ciudad estaban abiertas de par en par. Tal vez podíamos escondernos en su interior para despistar a esos aparatos que no cesaban en sus deseos de aniquilar. Subiendo la rampa a toda velocidad atravesábamos la vereda. Sin pagar entradas nos adentrábamos por la alfombra roja en la sala de proyección. Curiosamente la pantalla estaba encendida. Blanca como Alaska exhibía su inconfundible majestuosidad. Después de varios minutos podía detener la moto entre el escenario y la primera fila del patio de butacas que ciertamente irradiaba serenidad. Rita sólo atinaba a aletear. Santo lugar, habíamos escapado de las máquinas del mal y en buen momento podíamos gozar de libertad. Efímeramente, pues los drones irrumpían en la sala con inesperada voracidad.



DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #48)


Las ramas repartidas a lo largo y ancho de las calles me forzaban a disminuir la velocidad. Tenía que actuar con sagacidad, si deceleraba demasiado los drones nos podían alcanzar. 60 kilómetros por hora bastaban para esquivar obstáculos y evitar una cacería letal. Rita reposaba en la panera. La fuerza del amor nos llevaba a nuestro hogar. Circulábamos por la misma avenida del hospital. Recorrer una calle en esas condiciones podía ser una trampa mortal. Aquellos aparatos no toleraban nuestra existencia. Nos odiaban, nos detestaban. Había olvidado mi bate en la casa. No importaba, ya encontraría otro objeto para mi defensa personal. Resultaba una prioridad escapar de esos aparatos que claramente nos querían descuartizar.



DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #47)


Con mucha cautela me agachaba para apoyar el bate en el piso y coger las patas de la silla. Tan nervioso estaba que ni siquiera padecía la herida de la pierna. El tiempo tirano me jugaba en contra. Usando toda mi fuerza lanzaba la silla sobre la mesa. Rita aleteaba, espantada. Reaccionaba o terminaba lastimada. Despavorido corría hacia el hall de entrada. No quería mirar hacia atrás, primero tenía que salir de aquella casa desgraciada. La moto seguía estacionada. Desesperado buscaba ponerla en marcha. Si no arrancaba podía lamentar una tragedia. ¡Dios Santo, funcionaba! Unas gotas de sudor recorrían mi cara. La puerta de salida permanecía abierta. Volteándome veía a la paloma, volando en mi dirección como un águila. Metros atrás los drones acortaban distancia. Salíamos de la casa. La avenida estaba plagada de arañas mecánicas. Maniobrando evitaba pisarlas. Rita me escoltaba. Para incrementar la velocidad tenía que agarrarla. Estirando mi brazo lograba sujetarla. Si la apretaba demasiado podía lastimarla. Para evitarlo la metía en la cestilla que había atado al manubrio. Los drones no nos perdían pisada, pero había salvado a mi buena camarada.


sábado, 30 de enero de 2016

DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #46)



Otra vez volvía a escuchar ruidos extraños. Atravesando una puerta encontraba lo que estaba buscando: Rita estaba parada en una mesa cuadrada, pero cuatro drones la rodeaban, suspendidos en el aire como helicópteros. Pobre criatura, no se movía, parecía una pieza de mármol. Yo los observaba desde la puerta, temía que mis pasos pudieran crisparlos. Atacarlos con mi bate era muy arriesgado. Necesitaba que Rita huyera bien rápido. ¿Cómo? No tenía ni idea. Tal vez podía lanzarles algo para distraerlos un rato. En mi mochila llevaba los medicamentos. No podía descartarlos. Y el bate era como mi brazo. A metro y medio de mis piernas había una silla. No parecía pesar demasiado. Si Rita no reaccionaba, era comida de insectos.