Las
puertas del único cine de la ciudad estaban abiertas de par en par. Tal vez
podíamos escondernos en su interior para despistar a esos aparatos que no
cesaban en sus deseos de aniquilar. Subiendo la rampa a toda velocidad
atravesábamos la vereda. Sin pagar entradas nos adentrábamos por la alfombra
roja en la sala de proyección. Curiosamente la pantalla estaba encendida.
Blanca como Alaska exhibía su inconfundible majestuosidad. Después
de varios minutos podía detener la moto entre el escenario y la primera fila
del patio de butacas que ciertamente irradiaba serenidad. Rita sólo atinaba a
aletear. Santo lugar, habíamos escapado de las máquinas del mal y en buen momento
podíamos gozar de libertad. Efímeramente, pues los drones irrumpían en la sala
con inesperada voracidad.
Autor: Juan Manuel Giaccone / Contacto: giacconecontadores@gmail.com
domingo, 31 de enero de 2016
DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #48)
Las
ramas repartidas a lo largo y ancho de las calles me forzaban a disminuir la
velocidad. Tenía que actuar con sagacidad, si deceleraba demasiado los drones
nos podían alcanzar. 60 kilómetros por hora bastaban para esquivar obstáculos y
evitar una cacería letal. Rita reposaba en la panera. La fuerza del amor nos llevaba
a nuestro hogar. Circulábamos por la misma avenida del hospital. Recorrer una
calle en esas condiciones podía ser una trampa mortal. Aquellos aparatos no
toleraban nuestra existencia. Nos odiaban, nos detestaban. Había olvidado mi
bate en la casa. No importaba, ya encontraría otro objeto para mi defensa
personal. Resultaba una prioridad escapar de esos aparatos que claramente nos
querían descuartizar.
DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #47)
Con
mucha cautela me agachaba para apoyar el bate en el piso y coger las patas de
la silla. Tan nervioso estaba que ni siquiera padecía la herida de la pierna.
El tiempo tirano me jugaba en contra. Usando toda mi fuerza lanzaba la silla
sobre la mesa. Rita aleteaba, espantada. Reaccionaba o terminaba lastimada. Despavorido
corría hacia el hall de entrada. No quería mirar hacia atrás, primero tenía que
salir de aquella casa desgraciada. La moto seguía estacionada. Desesperado
buscaba ponerla en marcha. Si no arrancaba podía lamentar una tragedia. ¡Dios
Santo, funcionaba! Unas gotas de sudor recorrían mi cara. La puerta de salida permanecía
abierta. Volteándome veía a la paloma, volando en mi dirección como un águila. Metros
atrás los drones acortaban distancia. Salíamos de la casa. La avenida estaba
plagada de arañas mecánicas. Maniobrando evitaba pisarlas. Rita me escoltaba. Para
incrementar la velocidad tenía que agarrarla. Estirando mi brazo lograba sujetarla.
Si la apretaba demasiado podía lastimarla. Para evitarlo la metía en la
cestilla que había atado al manubrio. Los drones no nos perdían pisada, pero
había salvado a mi buena camarada.
sábado, 30 de enero de 2016
DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #46)
Otra
vez volvía a escuchar ruidos extraños. Atravesando una puerta encontraba lo que
estaba buscando: Rita estaba parada en una mesa cuadrada, pero cuatro drones la
rodeaban, suspendidos en el aire como helicópteros. Pobre criatura, no se
movía, parecía una pieza de mármol. Yo los observaba desde la puerta, temía que
mis pasos pudieran crisparlos. Atacarlos con mi bate era muy arriesgado.
Necesitaba que Rita huyera bien rápido. ¿Cómo? No tenía ni idea. Tal vez podía
lanzarles algo para distraerlos un rato. En mi mochila llevaba los
medicamentos. No podía descartarlos. Y el bate era como mi brazo. A metro y
medio de mis piernas había una silla. No parecía pesar demasiado. Si Rita no reaccionaba,
era comida de insectos.
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