jueves, 31 de diciembre de 2015

DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #8)

    
Frustrado, regresaba a casa con las manos vacías. Pese al fiasco, saciaba la imperiosa necesidad de alimentarme tras recordar que había almacenado tres turrones en la alacena de la cocina. Aquella noche navideña el destino antojadizo quiso que mi tío los rechazase. Recuerdo cuando le dije: “llevatelos para cuando no tengas nada en la heladera”. Finalmente se habían quedado conmigo para sosegarme. ¿Qué sería de él? No podía contactarle. Me mortificaba sobremanera no poder comunicarme con mis familiares. Pasaba un calvario. La soledad me ofuscaba demasiado. Me sentía más solitario que aquel perro escuálido que casi me come la pierna de un mordisco. A pesar de tanta desgracia, una paloma blanca se había metido en mi cocina. Estaba desorientada. Era casi un hecho que un drone había querido aniquilarla. Por momentos me juntaba con ella, porque casi no se movía, pobrecita, si hasta parecía una estatuilla. Cada vez que la observaba divagaba con que me decía: ¡mira en lo que nos han metido! Vaya extrañeza, nos comunicábamos sin hablarnos. ¿Era acaso una de las pocas sobrevivientes? Estaba sola, como yo, que ya llevaba varios días sin ver a mi novia. Mi pareja se llamaba Josefina. La extrañaba en demasía. Quizá podía relajarme tomando mates en la cocina, pero como dice el tango, “ni yerba de ayer secándose al sol”, tenía. Mi vida era una verdadera pesadilla.