jueves, 31 de diciembre de 2015

DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #7)


La tarde siguiente junté coraje para salir a la vereda. Con decisión atravesaba el umbral de la puerta. Al menos necesitaba pisar las baldosas de la acera. Mi casa ya era un presidio insoportable, pero mi estómago estaba hambriento. A pocos metros de la esquina advertía la presencia de un perro escuálido. Estaba solo, tal vez más abandonado que su sombra pasajera. Sus costillas sobresalían como piernas. Rozando las paredes con el hombro derecho recorría las veredas para verlo de cerca. Repentinamente otro perro esquelético se lanzaba sobre mis piernas. Mis reflejos seguían funcionando, evitando una mordedura en la pantorrilla izquierda. Desesperado lograba apartarme unos metros. El balcón de la casa vecina podía preservarme de los colmillos carniceros. Sin embargo otros tres perros se sumaban a la cacería y me deseaban la muerte con sus ladridos frenéticos. Tenían los ojos endemoniados. Me tiraban tarascones, saltando con ligereza. El metro y medio de altura que me separaba de la vereda salvaguardaba mis piernas. En otras circunstancias me hubiesen ignorado, pero estábamos famélicos. Más que perros parecían fieras, como si el hambre les doliera. ¿Te ha dolido el hambre alguna vez? Yo lo estaba padeciendo. Habré permanecido no menos de un par de horas aguardando que esos desgraciados desistieran de comerme, colgado de las barandas como una araña inquieta.