Mediados de
octubre de 2075. Los biólogos más destacados exigían, frenéticos de rabia, la inmediata
protección de las pocas especies de aves que, a duras penas, habían sobrevivido
al exterminio. Por su parte, las fuerzas militares estadounidenses aguardaban
con impaciencia la bendita orden de fuego que las lanzara a la guerra. Es que
los científicos más sobresalientes habían detectado que los drones se
reproducían como si ya nadie pudiera detenerlos. Pese a tanto conflicto externo,
se registraban no menos de quinientos saqueos a lo largo y ancho del mundo
entero. Y más lejos en el espacio, no en el tiempo, la civilización humana, que
desde hacía una década habitaba Marte, alertaba a las autoridades
aeroespaciales la aparición de objetos ajenos. Hasta los religiosos reclamaban
explicaciones que, hasta ese momento, nadie podía darles, ni siquiera los
santos del cielo.